TERAPIA LITERARIA

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PERSISTENCIA
Margarita Carrera
19-06-08
Cuando observo la vida que llevan aquí en Guatemala los políticos, me aferro aún más a mi quehacer literario. Nada tan grato como estar en paz con uno mismo y disfrutar de la vida, aunque a veces tengamos enemigos por lo que escribimos. Pero uno no es monedita de oro; no siempre te aplaudirán por tus opiniones. Nada como leer y escribir para saber lo que vale esta vida.
Hace poco salió en la Revista D de P.L. un artículo de Daniel Galilea sobre la importancia que tiene el mundo de las letras (y demás artes) en el humano. No sólo le proporciona placer y mayor conocimiento de cuanto le rodea, sino le ayuda a curar el alma. A esto se le llama “terapia literaria” o “literapia”. Yo no sé qué hubiera sido de mi vida sin la ayuda de la lectura y escritura. Leer me hizo saber de los demás y de cuanto me rodea, también penetrar mejor dentro de mí misma. Porque leyendo descubrimos ese otro yo que, con frecuencia, se encuentra oculto en el mundo del inconsciente. Además del placer por la lectura de los grandes escritores, está la capacidad que adquirimos para ver qué es lo que mayormente anhelamos o soñamos en esta vida.
En el artículo de Galilea se habla de los seguidores de la denominada “Literapia” o “terapia literaria”. Un proyecto innovador del cual escasamente se oye hablar aquí en Guatemala. Participan en él médicos, filólogos, psicólogos, profesores y escritores. Todos proponen el uso de la lectura y la escritura como instrumento curativo. Porque lo que leemos o escribimos nos cambia para ser mejores. Cuando, por los años 70, sintiéndome muy enferma, acudí al primer psiquiatra, se empezó a generar una benéfica transformación dentro de mí. Dejé de girar alrededor de la persona o el objeto que se había apoderado de mi alma y comencé a verme de otra manera, más sana. Pero cuando desesperada sentía que no podía salir de la depresión en la que me sumía, le hablaba a mi doctor por teléfono: póngase a escribir, me aconsejaba éste. En aquel entonces aún no había los fármacos que existen hoy en día. Me sentaba, entonces, a escribir todo aquello que me viniera a la mente. Un dictado de mi inconsciente, más que de mi razón. Al cabo de una hora, dejaba la pluma y leía lo escrito. Me daba cuenta de lo mucho que me ocultaba, de lo mucho que no quería saber de mí misma.
Luego, estaban los libros que leía. En esa época empecé a leer “En la búsqueda del tiempo perdido”, de Marcel Proust. Los siete enormes tomos. ¡Qué placer inigualable! Al colmo que cuando terminé el último tomo, sentí una tristeza enorme. Quería seguir leyendo aquellas aventuras internas y externas de Proust. Al mismo tiempo descubría a Freud. ¡Pero si cuanto escribía éste eran temas tratados en mi terapia! Me volví adicta a Freud, al colmo que estudié todas sus obras. Fue así como, avanzados los años 70, pude crear mi poemario “Del Noveno Círculo”; al principio, un intento de memorias. Cuando mi pluma dejó de correr rápidamente sobre el papel y lo leí, quedé asombrada: ¿qué persona me había dictado semejantes palabras? Una etapa dura y hermosa de una vida atormentada. Porque “escribir es tocar la vida con los dedos del alma”.